Fungi

«Se está bien en este bosque. En este trozo de tierra. En este trozo de mundo. La lluvia nos despierta, un despertar fresco y renovado. La lluvia nos hace grandes, nos hace crecer. ¡Hermanas! ¡Amigas! ¡Madres! Yo, que soy todas vosotras. Buenos días. Buen viaje. Bienvenidas. Bien halladas. Y entonces salimos. Salimos. Salimos como hemos salido tantas veces. Ya. Ya. Poco a poco, si tenemos en cuenta el agujero pequeño, suave, delicado, oscuro, que le hacemos a la tierra negra, al musgo verde. Nuestra cabecita temprana. Diminuta. Poco a poco, si tenemos en cuenta el deambular del bosque, los millones de millones de lluvias que nos han caído encima, los millones de despertares, de cabecitas, de mañanas, de luces, de animales, de días. Bienvenidas. Y recordamos la luz. Nuestra luz. Y recordamos los árboles. Nuestros, cada uno. Y recordamos el aire, y las hojas y las hormigas. Porque siempre hemos estado aquí y siempre estaremos aquí. Porque no hay principio ni fin. Porque el pie de una es el pie de todas. El sombrero de una es el sombrero de todas. Las esporas de una son las esporas de todas. La historia de una es la historia de todas. Porque el bosque es de las que no se pueden morir. Que no se quieren morir. Que no morirán porque lo saben todo. Porque lo transmite todo. Todo cuanto hay que saber. Todo cuanto hay que transmitir. Todo cuanto es. Semilla compartida. La eternidad, cosa ligera. Cosa diaria, cosa pequeña.»

Fragmento de la maravilla de libro «Canto yo y la montaña baila» de Irene Solá.

Encargo privado. Técnica mixta sobre madera, 50×50 cm.